Por Bernardo Basombrío, especial para SL24
La media mañana del martes 14 de noviembre, como cada día hábil, los camiones blindados salieron del edificio desde casa central del Banco Nación para cumplir sus recorridos, llevando el dinero y documentos con el que las sucursales atenderían sus demandas.
Las versiones de las fuentes refieren a que las cámaras del subsuelo de casa central dan por corroborado que el remesero del camión en cuestión verificó dos veces el correcto cierre de las puertas, próximo al Tesoro del banco. Solamente pueden ser abiertas con las llaves que le asignan en custodia.
Lo que sigue puede ser inverosímil atentos a los rigores del protocolo de seguridad; más aun técnicamente imposible de que acontezca. A menos que haya una fuerte connivencia y, en tal sentido se explica la bruma de misterio que flota en torno a la historia. Las únicas fortalezas las ofrecen el chofer -porque se niega a hablar, con tanto para esconder- y la propia historia, que por increíble entonces hayan osado a hacer el robo.
El camión en cuestión era conducido por S.B. por Paseo Colón mano al Sur y a la altura de la Autopista 25 de Mayo. Es un breve trecho que se recorre y sin cámaras que puedan acreditar la escena. Nadie entiende cómo, a menos que sea deliberado, que se le haya “caído” una bolsa con $ 25.000.000.- que fue recogida inmediatamente por un taxi sin patente que iba detrás. Tres cuadras más tarde “se dieron cuenta”, cuando un automovilista les dio aviso, dicen. Entre muchas casualidades, ocurre en la semana previa al balotaje presidencial.
El sobrepeso ejerce presión en la puerta trasera. Ya ha pasado que en el ascenso de la rampa de salida interna de casa central se cayeran bolsas debido al exceso de carga y la inclinada rampa interna de ascenso.
En el orden a las conjeturas un saco con $ 25.000.000.- en billetes de $ 1.000.- pesa 25 kg –como una bolsa de cemento-; con billetes de $ 2.000.- es la mitad de la carga. También puede tratarse de una combinación de ambas modalidades, promediando el peso. Cabe imaginar la escena del taxista para levantar la bolsa en rápida coordinación, a la vista.
De S.B., muchas fuentes aseguran de su idoneidad y carácter de hombre de familia, sin problemas con ningún compañero. Solamente cometió el error de facilitarle su tarjeta corporativa de gastos a Juan Manuel Romero quien la utilizó por fuera de la responsabilidad asignada, por lo que se ganó un sumario. Vale recordar que Romero es el novio de Carmen Barros, la gerente numeróloga.
Ricardo Caccia como superior del área instruyó –siempre de acuerdo a las fuentes- a Pablo Martínez, jefe de Blindados, a que inicie sumario a S.B. y disponga traslado a Talleres de Barracas. Los policías fueron separados. Los compañeros del chofer reaccionaron y amenazaron a hacer paro, por lo que se dispuso reasignarlo al lavadero.
En la misma semana se trasladó a otro compañero, Fernando Britez, en castigo –no se sabe debido a qué o si guarda relación con los sucesos- a dichos talleres, de la noche a la mañana: era el chofer de Barros. La escena se completa con otros aspectos reveladores.
El tema guarda silencio estricto, con hermético manejo interno que estaría oficiando un sumario como “hurto”. Pocos, muy pocos lo saben dentro del banco, se dice, y por razones obvias de temor a más escándalo. Bajo esa etiqueta, conjeturaron, podía alegarse que fue a devolverla, pero en el camino se la robaron, lo que sumaría estupor a la fábula en el desgano por recuperar el dinero.
El blindado tiene capacidad para 6 ó 7 personas, según el modelo y, para acceder al tesoro del camión, únicamente se hace desde adentro o de la puerta de atrás. El que conduce no debe bajarse durante el recorrido, aunque muchos lo hacen. Acompañan el remesero; el veedor –con acceso al tesoro- y los policías que están ubicados en el centro del vehículo y son los únicos que pueden bajarse cuando llegan a una sucursal.
El camión en cuestión no tenía las cámaras, le estaban haciendo el cableado, cuentan; tampoco alarmas que dieran aviso de la apertura de puerta de trasera. Quienes van dentro no deben usar el celular, aunque lo hacen y, los policías tienen radios como enlace al Comando, además de los teléfonos personales de cada agente.
A efectos de corroborar se intentó comunicación con S.B. quien rechazó inmediatamente todas las tentativas para aclarar el caso. Alcanzó la pronunciación del nombre de quien se presentaba, para cortar los llamados o bloquear mensajería. Este detalle aumenta la sospecha de que hay mucho para esconder. La justicia del fuero penal trabaja en el caso para determinar los hechos.
Llega el recuerdo del 23 de septiembre de 1994 cuando el empleado del Banco Nación en la ciudad de Santa Fe, Mario César Fendrich dejó en el tesoro una nota dirigida a su jefe, Juan José Sagardía, el tesorero: “Gallego, me llevé $ 3.000.000.-del tesoro y u$s 187.000 de la caja“, decía. El dinero nunca apareció; Fendrich estuvo preso y, a Sagardía y a dos gerentes el banco les hizo juicio para cobrar ese faltante, además de echarlos.
En una entrevista 28 años más tarde Sagardía diría: “¿Quién de los dos es más hijo de puta? … el directorio del banco. Ahora te lo digo así con todas las letras. No porque Mario sea bueno. Él fue un delincuente, eso está claro, pero el directorio uno creía que era otra gente, que eran personas pensantes.
“Había un gremialista que me dijo: quedás cesante. Cuando le pregunto el motivo me dice: ‘porque vos sos parte de “la cosa”. ¿Qué cosa?, le pregunté. No tuvo la idoneidad, como sindicalista, de defender a los asalariados. Lo único que les importa es su concepción de poder.
“Gracias a la reflexión de hoy me doy cuenta que los hijos de puta fueron los del directorio del banco. Este tipo que vino a decirme que soy parte de ‘la cosa’. Qué barbaridad decirme algo así. Yo tenía una carrera intachable de 33 años en el banco. Ahora me doy cuenta que me estaba hablando con términos cuasi mafiosos”.
Lo que la crónica expresa guarda sintonía que alcanza a los gremialistas y su espíritu en la tónica relatada más arriba. Son palazos que reparten.
(*) Periodista, escritor y editor