Editorial

¿Era Bioceres el último referente capaz de resucitar la confianza en el agro argentino?

¿Era Bioceres el último referente capaz de resucitar la confianza en el agro argentino?

Bioceres cuando salió a mercado en la bolsa de New York
Vicentin, Grobo, Molino Cañuelas, Bioceres, Guardatti Torti, BLD. Una tras otra, las empresas emblema del agro argentino caen o se reestructuran con traumas profundos. El sector que representaba innovación y pujanza hoy sobrevive sin autoestima, rehén de un Estado que parece quererlo muerto. Por Nicolás Carugatti

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Vicentin, Grobo, Molino Cañuelas, Bioceres, Guardatti Torti, BLD. Una tras otra, las empresas emblema del agro argentino caen o se reestructuran con traumas profundos. El sector que representaba innovación y pujanza hoy sobrevive sin autoestima, rehén de un Estado que parece quererlo muerto. Por Nicolás Carugatti

¿Era Bioceres el último referente del agro argentino capaz de brindar una resurrección de confianza y seriedad?

La pregunta no es retórica. Es dolorosa. Bioceres, símbolo de innovación biotecnológica, ciencia aplicada y visión de futuro, era –o parecía ser– la punta de lanza para un nuevo ciclo del agro argentino. Su reciente reestructuración, con coletazos aún inciertos, deja la sensación de un castillo de arena que se desmorona. Y con él, el último suspiro de autoestima de un sector que alguna vez fue el motor y orgullo productivo del país.

En los últimos años, y como consecuencia directa de la implementación de retenciones y de un esquema fiscal asfixiante sobre los principales cultivos argentinos, todo el ecosistema agroindustrial ha sufrido un proceso de derrumbe progresivo. Un derrumbe silencioso, que no estalla en titulares ruidosos, pero se constata cada día en los pasillos de Rosario, en las terminales portuarias y en las mesas de corredores que ya no negocian volumen sino supervivencia.

Empresas de distintas características, con trayectorias disímiles pero un mismo ADN aspiracional –ser grandes en el país de la gran agricultura– han caído una tras otra. Vicentin, el gigante con terminal propia que dominaba la soja. Molino Cañuelas, referencia alimenticia nacional. Grobo, emblema de la agricultura de escala, que busca rearmarse sin la potencia de antaño. Guardatti Torti, multada con casi $3.000 millones por la CNV, que alguna vez fue sinónimo de solidez bursátil. BLD, la fintech agrocomercial que prometía un salto cualitativo en la financiación de la cadena y terminó siendo un símbolo de la burbuja rota.

Y ahora, Bioceres, que no cayó pero tambalea. ¿Qué empresa argentina innovadora, nacida de la ciencia y el agro, quedó en pie como faro del futuro?

La caída de un ecosistema sin reacción colectiva

El agro argentino –artífice del 60% de las exportaciones totales del país– no es solo un sector productivo. Es un ecosistema económico, social, científico y cultural. Su derrumbe no es solo un problema de los productores, de las acopiadoras o de los traders. Es un problema de la economía argentina entera, porque sin divisas el país es un avión sin alas.

Lo más dramático es que no parece haber ninguna organización capaz de liderar una reacción colectiva. Entre las cenizas no surge ningún nuevo referente que exija con autoridad y legitimidad políticas públicas de acción concreta para volver a ser la cabeza de la innovación, la eficiencia y el empuje económico.

Hace años, abrir los diarios del agro era encontrar historias de crecimiento: fusiones, ampliaciones de plantas, nuevos parques industriales, contratos internacionales, tecnología aplicada, récords de exportación. Hoy, cada mañana se abre el diario para ver quién se cayó, quién entró en concurso, quién está negociando su subsistencia.

Brasil creció 100% mientras Argentina se estancó

El dato más simbólico de esta decadencia es brutal. Desde la imposición de retenciones, Argentina no creció su producción agrícola. Se consumió la infraestructura acumulada y dilapidó competitividad. Mientras tanto, Brasil duplicó su producción y hoy planifica autopistas biocénicas para su desarrollo logístico y ambiental de las próximas décadas.

Argentina, en cambio, discute quién paga la nafta del patrullero para controlar los accesos a los puertos, mientras su matriz productiva se ahoga en impuestos y regulaciones inviables.

Bioceres, con su modelo de ciencia aplicada, era –o al menos se sentía– un atisbo de futuro. Su reestructuración traumática no es solo un balance financiero más. Es un golpe moral para el agro argentino. Es el recordatorio de que no hay proyecto individual posible cuando el ecosistema se pudre.

Hoy, el agro sobrevive sin autoestima, rehén de un Estado que parece quererlo muerto. Y sin autoestima, no hay inversión, no hay innovación, no hay liderazgo. Solo queda la pregunta que dispara esta editorial:

¿Era Bioceres el último referente del agro argentino capaz de brindar una resurrección de confianza y seriedad?