El 3 de junio de 2015 la esquina de los bancos en San Lorenzo, como tantas esquinas del país, fue escenario de una de las manifestaciones más masivas que recuerde la ciudad. Mujeres, hombres, adolescentes, docentes, estudiantes y familias enteras levantaban los carteles que decían Ni Una Menos. La consigna nacía con la fuerza de un grito colectivo contra los femicidios, los abusos, la violencia de género y las estructuras de poder que históricamente los habían encubierto o silenciado.
Ese día comenzó a cambiar algo. La Argentina visibilizó una problemática largamente ignorada. Y con la visibilidad vinieron los cambios. Las leyes se modificaron, se endurecieron las penas, llegaron condenas a perpetua para femicidas, y por primera vez, muchos agresores dejaron de contar con la impunidad garantizada. Fue, en gran medida, el kirchnerismo quien capitalizó ese momento social, institucionalizando la agenda y llevándola al Congreso. Con aciertos, con errores, pero con una capacidad de interpretación política que convirtió el reclamo en política pública.
San Lorenzo no fue ajena a esa ola. La ciudad acompañó con fuerza las primeras marchas. La emblemática esquina céntrica fue testigo de miles de pañuelos violetas y carteles con nombres de mujeres que ya no estaban. Las víctimas tenían rostro, historia, barrio. Se empezaron a leer denuncias, a romper silencios, a desafiar el miedo. Las marchas no solo hablaban de femicidios. Hablaban también del miedo de volver caminando sola a casa. De jueces que liberaban violadores. De abusos silenciados en la infancia. De una cultura machista que sigue viva, incluso en lugares de poder.
Pasaron diez años. Y el último 3 de junio, la postal fue otra. No hubo miles en las calles. La movilización en San Lorenzo se redujo a un pequeño grupo de militantes, mujeres valientes que sostienen el cartel a pesar de la soledad. ¿Qué pasó en estos diez años? ¿La sociedad cambió? ¿Ganamos la batalla? ¿O las banderas se convirtieron en hashtags para stories de Instagram, en challegers de TikTok y en consignas cómodas para momentos oportunos?
Es doloroso decirlo, pero en la Argentina casi ningún reclamo social sobrevive a la grieta. Hasta el grito contra la violencia de género fue capturado por la lógica del “ellos” o “nosotros”. El resultado es que hoy, causas urgentes como la de Ni Una Menos están en un limbo. Se las acusa de tener ideología, como si defender el derecho de una mujer a vivir no debiera tenerla. Como si el silencio fuera más neutral.
No hay agenda de género sin mujeres organizadas. Y no hay justicia posible si la política y los medios dejan de darle lugar a estos temas porque ya no rinden en las encuestas o en el algoritmo. A eso se suma un contexto nacional complejo, donde muchos discursos oficialistas minimizan el problema o lo niegan. Mientras tanto, los números siguen siendo alarmantes: en provincias enteras todavía se vive bajo un machismo institucional que no da tregua, y las cifras de femicidios y abusos no descienden.
Por eso, vale más que nunca reconocer a las mujeres que, sin cámaras ni sponsors, sostienen la bandera de Ni Una Menos. Las que no se callaron hace 10 años y no se callan ahora, aunque ya no estén de moda. Las que entienden que esto no es una selfie con filtro violeta, sino una lucha que se libra todos los días en la justicia, en la política, en las escuelas, en los barrios, en cada casa.
A ellas, nuestro respeto. Porque no buscan likes. Buscan vivir.