En la provincia de Santa Fe, en la última elección, solo votó el 60% del padrón electoral. Es decir, 4 de cada 10 personas no fueron a votar. En la Capital Federal, el fenómeno fue todavía más profundo: 5 de cada 10 se quedaron en sus casas. Los argentinos, en gran parte, le dieron la espalda a la política. No porque no les importe, sino porque la sienten lejana, encerrada en un microclima ajeno a la vida real. Y sin embargo, hay sectores que en cada campaña electoral parecen desesperados por sembrar el caos. Como si el desastre fuera una estrategia.
En lo que va de esta campaña, San Lorenzo y el Cordón Industrial vivieron tres incendios de autos, un corte de calles de taxistas en pleno centro, robos extraños filmados y viralizados a velocidad récord, y hasta un atentado contra el Hospital Granaderos a Caballo. La película es vieja, los actores también. Solo cambian los disfraces.
No es la primera vez que en campaña se prenden fuego autos. Gloria de los Ríos, periodista y candidata a concejal, sufrió un incendio en la puerta de su casa. Nadie investigó nada. Nadie terminó preso. Tampoco hay responsables por el caso de Marcelo Remondino, otro candidato cuyo auto fue incendiado y que terminó con custodia policial por meses, sacando recursos de patrullaje a una ciudad que ya tenía pocos móviles. ¿Y qué pasó con el incendio del galpón de la imprenta del diario local de un exdirector de medios? Otro caso que terminó sin culpables. Ni siquiera las supuestas víctimas siguieron reclamando justicia una vez pasado el acto electoral. ¿Casualidad?
Las estrategias del caos también tienen clásicos. Por ejemplo: sembrar el conflicto entre taxistas y remiseros, muchas veces con sospechosos ataques de dudosa autoría. En 2015, un ataque a un taxista derivó en 48 horas de piquete en la esquina de los bancos. En 2023, la hija de un taxista, Brenda Giles, sufrió un intento de asesinato en medio de una ciudad sin patrullas. Porque sí: el gobierno de Omar Perotti no envió móviles policiales nuevos ni refuerzos de personal en cuatro años de gestión. San Lorenzo fue una zona liberada para el delito, pero también para la especulación política.
Este clima tóxico se respira en cada elección. En vez de propuestas, se activan operaciones. En lugar de consensos, hay más grieta. Y la inseguridad no se discute en serio: se usa como una ficha en la campaña. Pero una vez que termina el reparto de boletas, nadie quiere hablar de justicia. Nadie quiere saber quién prendió fuego el auto. El silencio es parte del pacto.
Lo que está en juego no es solo un cargo. Es el sentido mismo de vivir en comunidad. Si cada elección se transforma en una guerra sucia, si cada reclamo social se monta como acto, si cada denuncia se utiliza y después se olvida, no solo se erosiona la política, se erosiona la convivencia.
Es urgente reconstruir los puentes entre los sectores políticos, apostar al diálogo verdadero y dejar de incendiar la realidad para ganar una banca. Porque no hay futuro en una ciudad donde la estrategia es el miedo y el caos es la herramienta. San Lorenzo tiene la potencia, la historia y el carácter para salir de esa lógica. Pero necesita que los dirigentes se animen a construir, no a destruir.