En tamaño de PIB, la Argentina era, en 1928, un 50% mayor que Brasil. Hoy es 5 veces menor. Para corregirnos, tenemos que investigar qué pasó. Tenemos que cambiar nuestras creencias, pues las que tenemos no dan resultados. Es difícil la tarea, especialmente, porque los que se benefician con estas creencias han logrado convencer al pueblo, al que explotan, de que son las mejores, aunque los resultados estén a la vista.
No hemos respetado nada: a los que reciben un sueldo en moneda argentina o ahorran en esa moneda, les pagamos con inflación para ir sacándoles de a poco lo que van ganando. A los que nos prestan dinero en moneda extrajera (bonistas) para los fines que tenga nuestro Estado se les declara el default cuando llegan las primeras dificultades financieras. A las empresas formales, que tienen tecnología de clase mundial, que traen recursos financieros cuantiosos, que hacen crecer como proveedores o distribuidores a miles de Pymes, les ponemos regulaciones agobiadoras hasta que se agotan sus resultados y finalmente se mudan a otros países. Casi todas las empresas argentinas que tenían su casa matriz en Buenos Aires han tenido que trasladarse a otras jurisdicciones pues aquí no encontraron seguridad jurídica y, además, tenían que pagar tasas de interés de 900 puntos básicos mayores que en otros lugares, por el «el riesgo país» que introduce un estado defaulteador. A los que jóvenes que más estudian y se destacan, se los relega prefiriendo a los que poco saben pero dedican su tiempo a relacionarse con los que manejan el Estado. Resultado, casi todos nuestros mejores cerebros emigran. Es difícil crecer de esta manera.
¿Cuáles son algunas de nuestras creencias? «Un poco de inflación es buena para el crecimiento», «para qué estudiar y sacrificarse si el que no estudió nada gana más con sólo venderse y entrar en la trenza política o el Estado», «para qué invertir dinero en una empresa, si el Estado pone la plata en tu competidor, o te regula hasta sacarte de competencia». Y así podríamos seguir.
En el libro Why Nations Fail ( Porque fallan las Naciones ), de Daron Acemoglu y James Robinson, recientemente publicado, se hace hincapié en que para desarrollarse cuentan mucho las instituciones y las reglas del juego que deben mantenerse a lo largo de los años, haya o no dificultades. Pero las instituciones son lo que son en cada país porque los actores políticos las hacen de esa manera. Entonces las malas instituciones son una consecuencia de los sistemas políticos que seleccionan dirigentes que otorgan ventajas a los amigos ligados a ellos, aunque se diga que es para favorecer a las mayorías, que se van empobreciendo. Esto parece describir de alguna manera lo que ocurre en la Argentina desde 1930 en adelante, e incluso aún antes.

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ANSES: calendario de pagos para hoyEn su libro, Acemoglu y Robinson no dan claras recetas de lo que hay que hacer, aunque describen bastante bien la historia de la política colonial (extractiva) de España en el Virreinato del Río de la Plata, como un antecedente del tipo de problema que podemos encontrar hoy en países que no se han desarrollado como los otros, o que han retrocedido relativamente. Los que se han desarrollado más han seguido una política de apertura económica para todas las personas y empresas (inclusiva), y no solo para los amigos.
El trabajo es muy extenso y es una buena guía para que estudiemos nuestro deterioro. Aquí el pueblo ha ido creyendo, gradualmente, que para desarrollarse hace falta un «líder» (Rosas, Irigoyen, Perón). Actualmente, esta creencia esta bien encarnada en la sociedad. A la gran mayoría no le importa si se respetan o no las instituciones, siempre que no les afecte en algo a él o ella o a su familia (Ya sea un accidente por falta de inversión o un robo o un asesinato por falta de instituciones policiales). Pero si una persona o un conjunto de personas se pone por encima de las reglas o las cambia para su conveniencia, a la mayoría de nuestra sociedad no le preocupa. Es mas, le parece bien tener un líder que haga eso y que se perpetué en el poder, como ocurre en muchas provincias.
No hay sistema político para seleccionar a los dirigentes. Predomina la lista sábana y no la elección por zona. Ni siquiera los partidos tienen democracia y las internas que hay dan lástima, son una farsa que muchas veces se abandona por el medio. Las internas abiertas obligatorias de agosto del año pasado no fueron ninguna interna pues en casi todos los casos hubo candidato único. Los jefes de los partidos no quieren competir, ellos se quedaron con la estructura y no la quieren entregar al que resulte ganador en una interna verdadera. Los partidos son instrumentos de algunas personas encaramados en ellos para llegar al poder o a negociar un cierto poder aunque sea mínimo, pero no un instrumento de desarrollo político, de selección de los mejores dirigentes, de promocionar a puestos claves a las personas más honestas. Por eso, los jóvenes idealistas no quieren actuar en la política salvo que les paguen importantes sueldos, pero esos ya no son idealistas.
La economía depende de la política y la política de las instituciones y reglas del juego para la selección de los dirigentes y de las mejores estrategias para el desarrollo del país. En la Argentina, la selección de dirigentes es una selección adversa, con sus mínimas excepciones. Por ejemplo, podemos decir que los dirigentes que priorizan el cortoplacismo, que no dudan en imponer una estrategia de consumir el capital hasta que se terminen todos los ahorros acumulados en el pasado en distintos sectores, para mostrar un crecimiento del consumo en el presente. En el corto plazo no es una estrategia de desarrollo, es simplemente un error que hay que corregir cuanto antes.
Para un economista, que quiere a su país, este deterioro es algo doloroso, ya que podría evitarse. La solución, sin embargo, no viene de la economía, sino de la política y especialmente de un sistema político más democrático, más sólido, mas honesto, con mejores dirigentes, más éticos, más preocupados por el bien común que por sus propios intereses. Debemos luchar sin descanso hasta lograrlo. No podemos dejar que grupos de inescrupulosos, encaramados en los partidos, nos arrebaten los ideales y nos hundan el país. Queremos recuperan el orgullo de ser argentinos.
Fuente: La Nación
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