Los movimientos sociales y/o desobediencia civil han generado, a lo largo de la historia, múltiples cambios sociopolíticos que marcaron nuevos rumbos para un país o para el mundo entero.
Un par de ejemplo clarificarán la idea: la revolución francesa y el 17 de octubre de 1945. Lo que vino detrás de la toma de la Bastilla y la invasión de “cabecitas negra” a la Plaza de Mayo de Buenos Aires, habla por sí solo.
Sin embargo, cuando esa desobediencia civil no tiene argumentos sólidos y ni está bien concebida, es probable que suceda todo o contrario.
Y en este caso el ejemplo es el incremento en el número de contagios con Covid, que a hoy llevó a las autoridades provinciales a reconocer que en el área metropolitana de Rosario, donde está incluido San Lorenzo “no hay más camas, no hay más posibilidad de atención”; ergo, si uno se enferma con coronavirus o es partícipe de un cruento accidente vial o sufre un infarto, la posibilidad d de conseguir un sitio donde internarse será una tarea casi imposible.
A ese extremo se llegó y más allá del maldito virus a quien responsabilizar, también le cabe una parte a la sociedad, a aquellos que hicieron y hacen caso omiso al cumplimiento de las restricciones y/o seguimiento fiel de los protocolos sanitarios, como a los que no solo exteriorizan su descontento sino que también incumplen con las normas de excepcionalidad establecidas.
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Gritos y peleas en el entierro de SofíaSi de poner nombres se trata, le cabe a algunas iglesias evangelistas. La orden de la Iglesia Redentor está en esa lista, pues es sabido que su líder espiritual, Daniel Catáneo, despotrica desde el primer día contra las “restricciones”. A esta altura del avance tecnológico, cuánto cambio en la vida religiosa de los devotos orar a la distancia, on line, por zoom o cadena de WhatsApp, que tener que necesariamente acudir a un templo cerrado donde las condiciones de contagio son mucho más que las de estar en un hogar. O por qué no se establece un horario a plena luz del día en un sitio bien abierto para la concentración de personas. Y si hay un límite, por qué no hacer tantas celebraciones como sean necesarias para que ningún fiel se quede sin el oficio. Y si las celebraciones son extensas, que se acorte y adapte el tiempo para cumplir con todos. Tampoco son miles de personas las que “necesitan” del acompañamiento espiritual de este pastor.
Las canchas de fútbol 5 no están habilitadas a funcionar. Pero igual abren y los clientes acuden a montones, entre grandes y chicos.
Los gimnasios tienen restricciones, pero los dueños desoyen las recomendaciones y atienden después de hora, corriendo una cortina en las puertas de acceso.
Los bares y restaurantes pidieron a viva voz que los dejen abrir más allá de los límites dispuestos. Y tienen razón al momento de debatir las dificultades económicas que esta pandemia generaron y generan en sus finanzas, pero también está la necesidad social de aceptar y/o consensuar restricciones como medidas preventivas a que los contagios no aumenten, por lo menos hasta tanto la vacunación contra la enfermedad sea una modalidad o el virus se extinga o pueda contenerse, lo que aún no ocurre en ninguna parte del planeta.
Por eso, los empresarios gastronómicos mostraron su negativa a aceptar los horarios establecidos para el cierre de atención al público.
Y hay muchos más. La falta de creatividad para ofrecer servicios agiornados a los tiempos que corren también merece ser contemplado, aunque ello podría ser tema de otro capítulo. O de varios otros capítulos.
El eterno dilema de priorizar los intereses particulares sobre el bien social. Un debate en el que grandes pensadores siguen sin ponerse de acuerdo.
Más allá de las apreciaciones filosóficas, sociológicas y antropológicas que demanda una aproximación de alguna opinión, muchas veces también es de utilidad el sentido común. Y en este caso, lo que primó es un desprecio de algunos hacia el todo.
Es probable que en este bosquejo de análisis reste incluir a la clase dirigencial, aquella encargada de “guiar” los destinos de la masa que los eligió por decisión democrática. Así y todo, y con toda la crítica que pueda hacerse en virtud a posible ausencia de capacidades de mando, de resolución y de prevención, la sociedad en sí tiene parte de culpa en el colapso al que se llegó en el día de la fecha.
Sin autocrítica y corrección de errores, el ser humano tropezará cien veces con la misma piedra. En una sociedad, guiada por un orden establecido, que se ufana en la rigidez del derecho, una desobediencia sin sentido, para un caso extraordinario como el que se experimenta con esta pandemia, despierta iguales resultados. Y están a la vista.
Alejandro Romero