Editorial

La política en Santa Fe festejó el nuevo “que se vayan todos”

La política en Santa Fe festejó el nuevo “que se vayan todos”

Por Nicolás Carugatti

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Por Nicolás Carugatti

La provincia de Santa Fe votó este domingo con un dato que debería preocupar a todos: sólo el 53% del padrón concurrió a las urnas. Si la elección no fuera obligatoria, el escenario sería aún más dramático: solo votarían los militantes o los que son movilizados por el oficialismo de turno. Así, no sería extraño que en el futuro la participación se parezca a provincias como Formosa, donde Gildo Insfrán gana con el 60% de los votos, pero en un electorado que ya dejó de ser masivo para transformarse en cautivo.

En Rosario, la tercera ciudad más importante del país, 817.146 personas estaban habilitadas. Solo votaron 371.072. Menos del 50%. Y ahí, los grandes espacios políticos —el peronismo con Monteverde, Unidos con Labayru y La Libertad Avanza con Aleart— se repartieron aproximadamente un tercio cada uno. Todos festejaron, todos se declararon ganadores, todos publicaron placas con frases de triunfo. Pero la verdad es que ganó el “que se vayan todos”.

En San Lorenzo, la historia fue similar. Y en cada distrito, el fenómeno de la antipolítica y el anti-casta, que Javier Milei capitalizó en la elección presidencial, se replica de un modo que parece imposible de revertir. Milei, al menos a nivel central, representa esa ruptura. Su latigillo es “la casta tiene miedo”. Pero cuando esa fuerza baja a los distritos con outsiders sin acuerdos territoriales, lo único que logra es facilitar el triunfo del peronismo. Un peronismo que no necesita sumar grandes mayorías: le alcanza con poco margen para imponer modelos de gestión que ya han fracasado en la mayoría de los territorios que gobiernan.

No hay nada para festejar. El sistema político argentino está en una profunda crisis de representación y credibilidad. Nadie cree en la justicia. Nadie cree en la política. Nadie cree en los elegidos. La democracia vive ciclos de desgaste y recambio, pero la crisis actual parece exigir más que un recambio: requiere liderazgos republicanos capaces de generar confianza en la sociedad.

Milei, por ahora, no parece estar en ese camino. Su discurso no busca reconstruir la confianza republicana, sino que refuerza la idea de demolición. Quienes intentan plantear un modelo diferente, de reconstrucción institucional, son tratados como “ñoños republicanos” o “tibios”.

Mientras tanto, la grieta es cada vez más ancha. Y el único verdadero ganador de estas elecciones fue el hastío de una ciudadanía que no cree en nadie. Y que votó, otra vez, para que no vuelva a ganar el “que se vayan todos”.

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