San Lorenzo se jacta por estar emparentada con la historia. Y de hecho así es, ya que en estas tierras libró su única batalla en suelo argentino el general José de San Martín.
Tuvo su bautismo de fuego al frente de los Granaderos a Caballo y comenzóasí una campaña emancipadora por medio continente.
Tamaña hazana militar también fue inicio de un proyecto político inédito para aquellos primero años del siglo XIX.
La ciudad lo recuerda en el Campo de la Gloria, donde cada 3 de febrero (fecha de esa disputa contra el ejército español) organiza un desfile que con el paso de los años se transformó en un gran show al que asisten miles y miles de personas, entre ellos, muchos turistas.
Otro hito es el Convento San Carlos, desde donde San Martín preparó a su tropa para el combate. Fueron los franciscanos quienes construyeron sus muros en el siglo XVIII, y aún se conservan.
¿Cómo una sociedad inmiscuida con estos valores puede ser tan indiferente con la conservación del patrimonio histórico?
Durante años se impuso esa absurda creencia por derribar construcciones antiguas y reemplazarlas por otras novísimas.
Así se fueron perdiendo innumerables inmuebles que deberían primar en una ciudad “histórica” para ratificar, precisamente, ese mote.
A modo de ejemplo, de un día para otro desaparecieron las viejas casonas ubicadas en la esquina de Sargento Cabral y Belgrano, donde hoy existen locales comerciales, y lo mismo aconteció con el antiguo edificio que albergó al ex Colegio Nacional nº 1, hoy transformado en un gran chalet.
Otras se reciclaron, como la situada en Santos Palacios y Colón, o se conservan “como se puede”, como un par ubicadas en la zona de calles Alberdi y Sarmiento. También vale citar la conservación de la vieja fachada de una casona en calle Belgrano, justo frente a los jardines de la Parroquia San Lorenzo Mártir, y la adaptación arquitectónica que debió efectuar el hoy Banco de Santander para disponer de su edificio en San Martín al 1.000.
Lo cierto es que recientemente, una vieja casa con estilo de principios del siglo XX, fue transformada en una fachada sin gracia.
La puerta característica de ese entonces desapareció y la misma suerte corrió con los ventanales típicos, protegidos de unos balcones forjados en hierro por el trabajo de inigualables herreros.
La propiedad en cuestión está en calle Yrigoyen casi esquina Salta. Hasta hace unos años funcionó allí una rotisería. Cuando se mudó, el inmueble estuvo abandonado por un tiempo hasta que su propietario decidió quitar la antigua puerta de madera y reemplazarla por ladrillos, sellando así todo ingreso.
Por entonces podía entenderse que así evitaba cualquier usurpación, pero en realidad tenía otras intenciones que más tarde se conocieron al refaccionar toda su fachada.
El dueño podrá estar en su derecho (aunque en algún momento existía una ordenanza que limitaba este tipo de refacciones), pero lo que no puede negarse es su falta de compromiso con el patrimonio histórico y cultural de la ciudad a la que pertenece.
Una lástima, una verdadera lástima teniendo en cuenta que propiedades con estas características arquitectónicas de antaño, en San Lorenzo, son contadas con los dedos de las manos.