Se harán en el país fármacos contra el cáncer

Ayer, tres décadas después de sus descubrimientos, se inauguró en Munro la primera planta de la Argentina y de América latina capaz de producir estos fármacos de la más alta tecnología


César Milstein recibió el Premio Nobel en 1984. Había encontrado, en el laboratorio, una forma de producir cantidades ilimitadas de anticuerpos (moléculas inmunes capaces de adherirse y destruir sustancias extrañas al organismo) que, a diferencia de los que produce el cuerpo, son estructuralmente idénticos.

Milstein renunció a todo beneficio material por su descubrimiento, pero el conocimiento que ayudó a desarrollar fue aprovechado por laboratorios internacionales que lograron convertirlo en los remedios más avanzados contra ciertos tipos de cáncer y enfermedades autoinmunes.

Ayer, tres décadas después de sus descubrimientos, se inauguró en Munro la primera planta de la Argentina y de América latina capaz de producir estos fármacos de la más alta tecnología, PharmaADN. De alguna forma, el legado de Milstein regresa al país.

La nueva compañía biotecnológica, que hace tres años comenzó a desarrollar su primer producto -un biosimilar del rituximab, contra el linfoma no Hodgkin, enfermedad del sistema linfático-, emplea a poco más de 30 personas, de las cuales dos tercios son científicos. El grupo fundador está formado por los doctores Mauricio Siegelchifer, Esteban Corley, Lucas Filgueira Risso y Analía Pesce. Dos de ellos son biólogos y dos, farmacólogos, todos graduados en la UBA.

«Esta es una tecnología de frontera -dice Siegelchifer, director de Investigación-. Primero hay que dominarla; después se pueden perseguir objetivos más ambiciosos. En el país tenemos investigadores que ya avanzaron en nuevos anticuerpos monoclonales para tratar patologías que hoy no están siendo atendidas, pero se necesitaba una estructura industrial que pudiera tomar esas ideas.»

Los anticuerpos son proteínas producidas por el sistema inmune para defenderse de sustancias extrañas, como virus o bacterias. «Normalmente, el organismo produce lo que llamamos anticuerpos «policlonales»; es decir que por provenir de distintas células tienen diferente estructura», explica Siegelchifer. Milstein y sus colegas encontraron una forma de aislar clones de una única célula madre B y fusionarla con una célula tumoral que se reproduce indefinidamente.

«En cambio, los monoclonales son idénticos, porque son producidos por un solo tipo de célula del sistema inmune -explica el científico-. Por eso puede usarse como una terapia muy específica dirigida contra un determinado blanco. En nuestro caso, son esencialmente células cancerosas o ciertos factores de enfermedades autoinmunes, como la artritis reumatoidea.»

La receta para producir estos medicamentos de última generación no es sencilla.

Primero, se toma una célula a la que se modifica su información genética para insertar el gen que tiene la información para fabricar el anticuerpo monoclonal. Generalmente se trabaja con una línea, las llamadas células CHO (por chinese hamster ovary), que producen buena cantidad de proteínas exógenas (humanas).

«La inserción del gen se realiza con técnicas de ingeniería genética -detalla Siegelchifer-. Para entenderlo, podríamos pensar en el ADN como en la cinta de los antiguos casetes. Con los casetes, uno podía cortar un pedacito de la cinta y pegarle otro de otro músico. El grabador después reproducía los temas de los Rolling Stones, por ejemplo, y de repente una canción de Sandro. Con el ADN podemos hacer lo mismo usando como «tijeras» microscópicas unas proteínas que llamamos «enzimas de restricción», que cortan el ADN en un lugar muy específico. Sin embargo, si queremos, podemos volver a unirlo, porque hay otras enzimas que se llaman «ligasas» que pegan el ADN. Así, uno obtiene el ADN de esa célula tal cual lo tenía antes, pero con una información agregada.»

Esta operación hay que hacerla varias veces y controlar que lo que se introduce es exactamente la «frase» del discurso genético que se necesita. Las normas internacionales en la materia exigen que se realicen decenas de análisis para confirmarlo y también para demostrar que las células que se utilizan están absolutamente libres de virus, agrega Corley, director de desarrollo de negocios de la nueva compañía.

«Para eso, una vez que uno inserta el gen hay que enviar las células modificadas a laboratorios especiales que hacen estudios virales», dice.

Una vez que se completa la etapa de desarrollo y que se corrobora en pequeña escala que el anticuerpo tiene todas las propiedades del medicamento, las células se ponen en fermentadores con un medio de cultivo que contiene nutrientes, aminoácidos, azúcares y oxígeno para que se reproduzcan a una temperatura que ronda los 37°.

Cuando se cuenta con la cantidad de anticuerpos monoclonales que se desea, el caldo de moléculas se filtra hasta obtener una concentración de más del 97% de pureza.

«Esto que hacemos nosotros es lo mismo que haría un laboratorio internacional de punta -subraya Siegelchifer-, para que en el futuro podamos exportar a países centrales.»

Se calcula que la inversión total en montaje, adquisición del equipamiento y desarrollo tecnológico para esta planta rondó los 15 millones de dólares. El proyecto recibió un subsidio de la convocatoria del Fondo Sectorial de Biotecnología 2010, administrada por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica. En él participan, además, el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), el Instituto de Oncología Angel H. Roffo y las empresas Romikin y Elea.

«El rol del Estado como mediador confiable no sólo nos ayudó económicamente, sino también para validar la calidad del proyecto, que fue evaluado por un jurado internacional», dice Siegelchifer.

Los anticuerpos monoclonales son fármacos de altísimo precio. El tratamiento para un solo paciente puede costar 50.000 dólares por año. Según los científicos, el anticuerpo monoclonal made in Argentina podría costar entre un 20 y un 30% menos que el importado.

Fuente: LT10 Digital

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