La escena se repite en la memoria de Sofía de Hagen con la claridad de una fotografía guardada. Es 2008, la ruta vibra entre el polvo y los bocinazos. Su padre baja de la cosechadora, deja el trabajo a medio hacer y se une a los productores que reclaman contra la Resolución 125. Sofía, de apenas dieciséis años, observa y entiende que algo grande está ocurriendo: la política acaba de entrar en su casa.
Ese episodio, que marcó a una generación del campo argentino, fue también el punto de inflexión de su vida. Hasta entonces, la política era una palabra ajena, casi un ruido distante del noticiero. Pero aquella movilización fue un bautismo. Lo que empezó como una protesta se transformó en vocación.

“En el momento de tener que elegir qué estudiar, tenía 16 años y fue la Resolución 125 del campo la que me marcó. En ese momento muchas familias, incluida la mía, nos movilizamos hacia las rutas. Para mí fue un entrar de lleno en la vida pública”, recuerda.
Sofía se crió en un campo del partido de Chascomús, en la zona de Libres del Sur, la menor de cinco hermanos, todos vinculados de un modo u otro al trabajo rural: ingenieros forestales, agrónomos, comerciantes de hacienda. Su madre, catequista; su padre, agrónomo. “En mi casa la política siempre había sido una mala palabra. Algo de otros. Mi viejo trabajaba de sol a sol, y la idea era que con eso alcanzaba, que si hacías lo tuyo, el país iba a funcionar.”
Pero aquella vez, en 2008, entendió que no. Que el trabajo diario y la producción también dependían de las decisiones que se tomaban a cientos de kilómetros, en oficinas y despachos. “Veía a mi viejo bajarse de la cosechadora, todo el día trabajando, y ahí me di cuenta de que había un choque entre el esfuerzo del campo y las políticas públicas. Entonces dije: ‘No, yo quiero estudiar ciencias políticas. Quiero ser la persona que pueda tomar decisiones para ordenar esto y que el campo pueda producir sin trabas’.”
A los diecisiete se mudó a Buenos Aires. Nunca antes se había subido a un colectivo. Llegó con la convicción de estudiar Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la UCA, carrera que más tarde complementó con un máster en Análisis Político en el CÍAS, el centro académico de los jesuitas. Desde entonces no dejó de formarse, enseñar y participar. Hoy tiene 33 años, es docente universitaria desde hace una década y fue funcionaria tanto en el Ministerio de Producción de la Nación como en el Ministerio de Gobierno bonaerense. También integra la Fundación Barbechando, la Sociedad Rural Argentina y una startup tecnológica, GlacierGrid.
La entrevistó Nicolás Carugatti junto a Jorge Metz en el programa Up River, de Fisherton Plus. Allí repasó su historia, su visión sobre la relación entre campo y política, y la necesidad de reconstruir consensos básicos en un país que, según su mirada, vive cambiando de gobiernos pero no de políticas.
“Me parece importante el involucramiento en la vida pública —dijo—. Para cambiar la mirada necesitamos participación. Abogo por políticas a largo plazo, por acuerdos entre partidos que establezcan tres o cuatro puntos inamovibles. Y, sobre todo, por un mensaje que una al campo y la ciudad, que no los presente como enemigos.”
Cuando le preguntan qué cambió desde aquella adolescente que miraba las rutas a la dirigente que hoy integra una lista electoral bonaerense, Sofía insiste en que el problema argentino es la discontinuidad. “No hay una visión sostenida en el tiempo. Tenemos políticas que duran lo que dura un ministro. Falta una idea de país compartida.”
También hace una autocrítica hacia su propio sector. Asegura que el agro argentino tiene una enorme capacidad productiva pero poca coordinación política. “Nuestra cadena agroindustrial tiene muchos actores distintos y, salvo en momentos de crisis —como la 125 o el caso Vicentin—, no se ponen de acuerdo. Cada uno tira para su lado. Así es como no se avanza.”
El diálogo en el programa avanza hacia la comunicación. ¿Por qué, a pesar de su peso económico, el campo no logra tener una narrativa eficaz en los medios digitales? Sofía responde con realismo: “Se está generando una mayor comunicación por parte de representantes, hay espacios nuevos como La Joya Agro o El Campo Podcast, pero es un trabajo lento. Hay que conseguir recursos y sostenerlo en el tiempo. No alcanza con buenas intenciones: hace falta profesionalizar la comunicación del agro.”
Luego cuenta una anécdota: “Hace unos años hubo una campaña muy buena donde se mostraba cómo una chica del campo abría la tranquera y terminaba abrazándose con otra chica en la ciudad. Ese mensaje de unión es el que necesitamos replicar.”
Metz le plantea que el productor agropecuario suele tener “aversión a la exposición pública”. Sofía lo acepta: “Es así, porque trabaja con la tierra. Es otra concepción de la vida. Pero eso también hay que cambiarlo. Comunicar es básico, si el hombre no se comunica, no puede crecer.”
La conversación gira entonces hacia el poder legislativo y la representación del sector productivo. “De los 257 diputados, hay menos de diez que sean productores agropecuarios”, detalla. “Y en el Senado son aún menos. Por eso desde Barbechando trabajamos para que más gente del interior, incluso quienes no tienen campo pero lo valoran, se acerquen. No se trata solo de defender lo propio sino de construir una visión de país.”
Cuando le preguntan por la política brasileña y su relación con el agro, cita un modelo que admira: “Brasil tiene un frente agropecuario parlamentario integrado por distintos partidos. Se unen cuando hay una medida que afecta al campo. No hay una concepción ideológica que los divida, entienden que el agro es el motor del país. En Argentina, en cambio, el campo sigue siendo el sector más competitivo y a la vez el menos apoyado.”
Sofía habla con precisión técnica pero sin perder la cadencia del relato. Menciona ejemplos, analiza políticas, cita cifras y contextos, pero siempre vuelve a un mismo punto: la necesidad de involucrarse. “No podemos aparecer solo cuando no damos más. Hay que involucrarse desde el principio. Esa falta de participación cívica es el costo que estamos pagando.”
En otro tramo, el diálogo se concentra en la experiencia electoral y la realidad de construir una candidatura sin grandes recursos. “La elección del 7 de septiembre estuvo marcada por el desdoblamiento y por el poder de los oficialismos locales. Podés tener a los mejores candidatos, pero si no sos conocido o no tenés estructura, es muy difícil. No alcanza con ser idóneo. El que llega es el que consiguió los recursos.”
Cuando Carugatti le pregunta cómo se puede revertir esa situación, Sofía responde sin eufemismos: “Tenés la opción de hacerte viral, pero yo no quiero la fama a cualquier costo. Quiero que se me conozca por lo que pienso, no por un escándalo. Entonces el camino es más largo, pero es el correcto.”
@sofiadehagen Por Puerto Quequén salen millones de toneladas de granos cada año. Mi compromiso es claro: puerto competitivo, reglas justas y baja de impuestos. #necochea #puertoquequen #politicaargentina #buenosaires ♬ sonido original – Sofía De Hagen
Habla también de su visión de futuro. Tiene una mirada optimista, pero sin ingenuidad. “Argentina tiene absolutamente todo: litio, uranio, campo, industria. Estamos en un momento en el que el mundo necesita lo que nosotros tenemos. Lo que falta es decisión, subirse al tren en vez de quedarnos mirando cómo pasa.”
Sostiene que antes que el litio, antes que el oro, antes que Vaca Muerta, está el campo. “El campo es la base de todo. Si se libera su potencial, se generan oportunidades, arraigo, inversión en infraestructura y un país más equilibrado.”
A lo largo de la conversación, se la nota convencida de que el problema argentino no es de talento ni de recursos, sino de gestión y de tiempo. Repite varias veces la palabra proceso. “Esto no se cambia en veinte días. No hay milagros. Lo que hay es trabajo, coherencia y participación.”
La entrevista termina con un tono más personal. Sofía agradece el espacio y deja un mensaje claro: “Hay que ir a votar. Lo más importante es que la gente participe. Porque si no lo hacemos nosotros, otros van a decidir por nosotros.”
Afuera del estudio, el clima electoral se mezcla con la misma sensación de urgencia que tuvo a los dieciséis, cuando vio a su padre dejar la cosechadora para salir a la ruta. Diecisiete años después, esa imagen sigue marcando el ritmo de su camino.
Sofía de Hagen no se define solo por su origen rural ni por sus credenciales académicas. Se define por haber entendido temprano que el campo no puede seguir siendo espectador de la política, y que la política, sin el campo, pierde anclaje con la realidad.
“Lo que tiene que hacer Argentina —dice en un momento— es dejar de esperar en la estación y subirse al tren. Cada cinco años tenemos una oportunidad enorme y no la aprovechamos.”
Quizás por eso, más que una candidata, su figura encarna la apuesta por una nueva generación de dirigentes que no viene a romper, sino a construir sobre lo que hay. Con paciencia de siembra, con mirada larga. Con la certeza, aprendida entre la tierra y el ruido de los motores, de que el trabajo constante siempre termina dando fruto.